Centro de Excelencia Severo Ochoa
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Cuando miramos el cielo nocturno, la mayor parte de él es de un negro absoluto. Destacan solo unos cuantos puntos luminosos: estrellas y, tal vez, algunos de los planetas de nuestro sistema solar. Si tenemos la suerte de vivir en el lugar apropiado o de contar con la ayuda de unos prismáticos o de un pequeño telescopio, podremos distinguir cientos o incluso miles de esos puntos de luz. No obstante, estos seguirán siendo minoría frente al oscuro mar de fondo. Un telescopio mayor comenzará a revelarnos un número muy elevado de fuentes luminosas allí donde antes no veíamos nada, sobre todo estrellas tenues y galaxias lejanas. Pero, a pesar de todo, la mayor parte del firmamento seguirá vistiendo un profundo negro.
Es tentador pensar que eso indica que el universo se encuentra esencialmente vacío. Y aunque esto podría ser correcto hasta cierto punto, para sorpresa mayúscula, resulta que todo lo que podemos ver tan solo constituye el 5 por ciento del universo. El 70 por ciento corresponde a la llamada energía oscura, responsable de la expansión acelerada del cosmos. Y el 25 por ciento restante —cinco veces más que la materia ordinaria que todos conocemos y amamos— es materia oscura: una sustancia invisible y de naturaleza desconocida que, sin embargo, delata su presencia por el tirón gravitatorio que ejerce sobre las estrellas y las galaxias.
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